26 de octubre de 2011

“Judy Garland en el Carnegie Hall” acaba de cumplir 50 años


Un concierto electrizante e inolvidable

El álbum doble que se ha convertido en mito logró vender un millón de copias, todo un récord para la época. El 23 de abril de 1961, Judy Garland debutó en el Carnegie Hall de Nueva York como culminación de una gira de conciertos que había durado seis semanas en catorce ciudades. La ex niña prodigio de voz caudalosa, que había trabajado en veintiocho filmes musicales de la MGM entre 1935 y 1950, ahora tenía 39 años y un aspecto algo matronil. Cuando la Metro la despidió sin contemplaciones debido a sus habituales impuntualidades y a sus reiterados incumplimientos, Judy se concentró en sus presentaciones en vivo, intentó una rentrée cinematográfica con “Nace una estrella” (1954) que no prosperó (aunque fue candidata al Oscar), y se casó con el empresario Sid Luft, un hombre que se encargó desde entonces de administrar su carrera y su dinero.

Pero sospechando que Luft la estafaba, Judy se asoció con Freddie Fields y dio por terminado su matrimonio. La nueva etapa comprendía giras, discos y películas, una agenda agotadora que ella cumpliría puntualmente

El Carnegie Hall era su gran oportunidad de demostrar su vigencia ante el público y sobre todo su confiabilidad, porque el sistema de alcohol, pastillas y tabaco que configuraban su dieta estaba haciendo mella en su físico, aunque milagrosamente no había dañado su voz, que se mostraba más poderosa que nunca.

El contacto de Judy con su público era a su vez muy especial, porque la gente le demostraba su afecto y su adhesión sin límites, en un romance que combinaba fanatismo y amor por partes iguales. Ella a su vez se prodigaba hasta el límite de sus fuerzas, aprovechando su dominio del escenario, su entrenamiento para el baile y un carisma personal que no se enseña ni se aprende porque se lleva adentro como parte del carácter y como algo innato que en ella surtía un efecto mágico y devastador, lo que hacía delirar a la gente y seguirla dondequiera que ella fuese.

La cita en el Carnegie Hall, entonces, se hacía ineludible. Su repertorio melódico era ya bien conocido, porque Judy prefería aferrarse a sus viejos éxitos antes que encarar nuevos temas que le producían inseguridad. Las canciones de sus películas eran las más recurridas y de cualquier modo el público siempre se las reclamaba a gritos. Con sala repleta y llena de celebridades de Hollywood, de Broadway y hasta de la política, la orquesta dirigida por Mort Lindsay arrancó su obertura con “The Man that Got Away”, “The Trolley Song” y “Over the Rainbow”, tres temas indisolublemente ligados a Judy Garland y que pertenecen a sus películas más famosas: “Nace una estrella”, “La rueda de la fortuna” y “El mago de Oz”.

*Nace una leyenda. Una ovación interminable recibe a la figura de la noche, cuyo primer tema es “When You're Smiling”, donde no deja dudas sobre su estado físico: está en muy buena forma, ha rebajado unos quilos, se mueve por todo el escenario con el micrófono en la mano y su caudal de voz es tan generoso como vibrante. El público delira.

Judy podía saltar de una balada romántica (“Almost Like Being In Love” o “Do It Again”) a temas con mucho “swing” (“You Go to My Head” o “Puttin' On the Ritz”) y en todo ello ponía la misma energía y pasión, tanto cuando mostraba una intensa emoción (“Alone Together”) como cuando pasaba a la delicada fragilidad de “How Long Has This Been Going On?”.

Su instinto musical era enorme, su manejo de los tiempos y los tonos era perfecto, su entendimiento con la orquesta denotaba un cuidadoso ensayo previo pero también alguna improvisación que sin embargo estaba estudiada. Como su voz era versátil y permitía varios tonos y modulaciones, parecía que su canto era natural, espontáneo, que no requería mayor esfuerzo.

Nada de eso. En cada canción dejaba la vida, y luego de “The Man that Got Away”, donde se cuenta una historia de amor desgarradora (The night is bitter / The stars have lost their glitter / The winds grow colder / And suddenly you're older / And all because of the man that got away…”) no era extraño que las lágrimas corrieran por el rostro de los espectadores. No en balde Harold Arlen fue su compositor favorito. Y la letra es nada menos que de Ira Gershwin.

Y para terminar una primera parte ya de por sí inolvidable, se manda un chiste: “Nunca me voy a olvidar de… Jeanette MacDonald! Solamente pensar en ella me hace trizas el corazón… Nunca olvidaré cómo la brava Jeanette se paraba frente a las ruinas y ¡cantaba!”. Por supuesto que la canción es del filme “San Francisco”, que entre risas y aplausos hace bajar el telón con sensación de triunfo. “Ahora voy a cambiarme, pero no puedo esperar para volver a verlos a ustedes, gente maravillosa!”.

*El culto Garland. En la segunda parte, Judy aparece de ballerinas, pantalones negros ajustados y una blusa suelta estampada que disimula su voluminoso busto. Todavía quedan catorce canciones más que arrancan con “That's Entertainment!”, el nuevo himno del “showbiz”, donde se da el lujo de bailar ágilmente, provocando otra ovación. Y eso porque no se animó a entonar el clásico “There's No Business Like Show Business”, vinculado a la gran Ethel Merman, posiblemente porque le traía el mal recuerdo de “Annie Get Your Gun”, película de la que había sido despedida de la MGM en 1950.

Después de ese desgaste, entona brillantemente “I Can't Give You Anything But Love”, con una delicadeza conmovedora. Y luego de otros temas igualmente notables se encuentra con “Zing, Went the Strings of My Heart”, una canción particularmente emotiva porque fue la que utilizó para su prueba de admisión en la MGM en 1935, con apenas doce años de edad.

Seguidamente, uno de los grandes momentos de la noche, “Stormy Weather”, entonado con tal sentimiento que cada palabra retumba en medio del silencio de la sala: “Can't go on / Everything I had is gone / Stormy weather /Since my man and I ain't together / Keeps raining all the time…”. La voz es límpida, el vibrato resonante, y la emoción está a flor de piel. Eso es lo que define a una intérprete, que es algo más que una mera cantante. El “decir” importa tanto como la musicalidad, y Judy es justamente eso. Principalmente eso.

Ahora parece que se acerca el final, porque llega el medley con sus temas clásicos “You Made Me Love You”, “For Me and My Gal” y “The Trolley Song”. El primero era un arreglo de Roger Edens que ella le había cantado a Clark Gable en ocasión de su cumpleaños en 1937 y que después se incluyó en “La melodía de Broadway de 1938” frente a la foto del ídolo. Al respecto, su amigo Mickey Rooney había ironizado diciendo que Garland lloraba sentada en las rodillas de Gable, no se sabía si por la emoción o por el mal aliento del actor, que todos sufrían.

Comienzan los “bises” con “Rock-A-Bye Your Baby (With a Dixie Melody)”, un tema que cantaba Al Jolson y que ella hace propio con resonante ritmo. Y por supuesto “Over the Rainbow”, sentada como siempre al borde del escenario, con un único foco sobre ella y con las lágrimas corriéndole por las mejillas. “If happy little bluebirds / Fly beyond the rainbow / Why, oh why can't I?”. Esas lágrimas son auténticas, no fingidas. Es “su” canción con la que usualmente se despide. Pero no la dejan irse. “Las cantaré todas, ¡nos quedaremos aquí toda la noche!”, advierte.

Cuando entona “Swanee” el agudo final se prolonga varios segundos, y la audiencia se enloquece y sigue pidiendo más. “After You've Gone” y “Chicago” cierran la noche, aunque ella no parece agotada. Han sido dos horas, pero nadie quiere irse.

Un espectador lo relataba así: “Todos los asistentes, en vez de ponerse de pie e irse, corrieron hacia las candilejas con los brazos en alto gritando 'Judy!, Judy!' y ella tocaba tantas manos como podía. (…) Rock Hudson alzó a Joey, Lorna y Liza, que estaban en primera fila, y los hizo subir al escenario. El público no quería regresar a las butacas y se sentó en los pasillos, en medio de la emoción, el griterío y el delirio. Simplemente estaban ahí sentados juntos, bañados en sudor pero felices…”. Era el “culto Garland” en toda su elocuencia.

Luego vendría, en 1963, su ciclo televisivo de apenas un año, donde invitó a muchos amigos un año después de haber hecho un especial en el que participaron Dean Martin y Frank Sinatra, y donde se desempeñó con absoluta profesionalidad. Pero no fue un éxito, tal vez porque, como ella misma opinó, la CBS la puso a competir con “La Ponderosa” (refiriéndose a la serie “Bonanza”, que era un éxito y salía a la misma hora).

Es que la verdadera comunión con la gente se producía solamente en sus espectáculos en vivo, que siguió haciendo hasta su temprana muerte en 1969, a los 47 años. Nadie sabía cómo resistía ese trajín con su salud cada vez más precaria.

Quizá la única explicación sea el amor que le prodigaba aquel público sin retaceos, ostensiblemente. Sólo ese amor pudo mantenerla viva durante los siguientes ocho años.

Jaime E. Costa


Publicada originalmente en el semanario "Búsqueda", Montevideo, Uruguay, el 27/10/11


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